Un hombre obsesionado con las supersticiones decidió comprar todos los amuletos de la suerte que encontró. Colocó herraduras, tréboles y patas de conejo por toda la casa. Una noche, se le hizo tarde y, corriendo, tropezó con el gato negro que también había adoptado. ¡Cayó sobre un montón de espejos que tenía guardados! Mientras recogía los pedazos, sonrió y dijo: «Bueno, al menos aún me queda el cruce de los dedos.»